Que invente Woody Allen
Esta historia empieza mal. Hace poco más de un año acudí al despacho que tenía un amigo en las alturas de la Torre Agbar de Barcelona y me perdí por media hora la oportunidad de compartir ascensor con Scarlett Johansson.
Esto me lo contó mi amigo. Treinta minutos antes había estado con Johansson desde la zona cero de la fálica torre que construyó Jean Nouvel hasta el piso veintitantos, donde la joven estrella se apeó para adentrarse en las oficinas alquiladas por la productora de Woody Allen. Mi amigo, un hombre muy seguro de sí mismo, que habla varios idiomas con fluidez y había salido ileso de puestos de responsabilidad en el antiguo PSUC y en la agencia EFE de toda la vida, estaba todavía conmocionado. “Es muy bajita y muy sensual”, fue todo lo que pudo decirme. La presencia en el ascensor de Johansson pulverizó su acostumbrado cool y fue incapaz de decirla siquiera algo patoso como have a nice day.
En aquel entonces, Woody Allen estaba rodando Vicky Cristina Barcelona y, además del piso de la Torre Agbar y de otro en el Hotel Arts, había reservado parte del Barrio Gótico para su uso particular. Había puesto la ciudad patas arriba y recuerdo a un taxista despotricando por los cortes de tráfico como sólo puede hacerlo un veterano de su oficio. Había, también, mucha polémica por el dineral que la Generalitat había “invertido” en la película y por el tratamiento de jefe de estado que Woody Allen recibía de las autoridades locales. Éstas estaban comprensiblemente emocionadas porque el genio que nos dio Manhattan había dicho que este último guión suyo sería una “carta de amor a Barcelona”. Y ahora Woody Allen acaba de estrenar Vicky Cristina Barcelona en Los Ángeles acompañado por la bajita y sensual Johansson y sus compañeros de cartel, Javier Bardem, Penélope Cruz y Rebecca Hall, una inglesa menos conocida por estos vecindarios, cuyo padre, Sir Peter Hall, fue un rompedor director de la Royal Shakespeare Company.
Por lo que he leído en la prensa norteamericana, Vicky Cristina Barcelona está a la altura del país y paisanaje, de los potentes parajes (se rodó también en Asturias) y las apasionadas parejas que nos brindó Prosper Mérimée con Andalucía y con Carmen. Es la mezcla en la coctelera de forasteros y del todo o nada de la España eterna. Según el New Yorker, una publicación norteamericanas que lealmente sigue interesándose por Woody Allen, “casi se puede sentir la excitación de Allen ante la atmósfera sensual de España. Un hombre de setenta y dos años ha calentado sus huesos”.
Lo que hizo Woody Allen fue meter a dos amigas americanas (Johansson y Hall) –inocentes como lo son todos los americanos llegados a la vieja Europa– en el mismo saco de un latin lover en estado químicamente puro (Bardem, claro). Para rematar la faena introdujo a una explosiva Penelope Cruz, ex mujer de Bardem en la película y pintora como él. Con Cruz y Bardem conquistando, enamorando y destruyendo, estamos en la España donde puede ocurrir cualquier cosa porque todo es posible. Gran parte de la película se desarrolla en una especie de bohemia, moviéndose los personajes entre restaurantes y estudios de pintores. “Está vida es quizás todavía posible en Barcelona”, apuntó maravillado y con sana envidia el New Yorker. Woody Allen ha entrado por la puerta grande en el club de los selectos extranjeros que crearon la imagen romántica de la España del claroscuro y del todo vale. Arrimado al brasero hispano en el invierno de su vida, nuestro héroe se ha convertido en uno más de los que en el XIX eran conocidos como ‘curiosos impertinentes’.
Unos meses después de aquel “no-encuentro” con Scarlett Johansson almorcé en Barcelona con amigos de la ocurrente y ácrata Peña Ignacio Agustí que pastorea el editor Rafael Borràs. Para mi gozo se entabló una discusión sobre Woody Allen y su película made in (aunque no del todo) Barcelona. El primer asalto enfrentó a los que decían que el cómico y cineasta era un plasta codicioso en plena decadencia con los que afirmaban que era un artista inmortal y el único americano tratable. A mi juicio ganaron los primeros por puntos. En el segundo asalto se enzarzaron los que criticaban el despilfarro cometido por la Generalitat al financiar Vicky Cristina Barcelona con recursos destinados a creadores incipientes y los que consideraban que toda subvención era válida por ser “un lujo y un honor” tener a Woody Allen rodando una grandiosa obra en la ciudad. Aquí los contrincantes empataron.
Estereotipos
Vicky Cristina Barcelona puede que sea una metáfora más de una España (y una Cataluña) envuelta en sus vetustos estereotipos. Una España que ignora que por ahí fuera, ahí donde hay grandes universidades y se marca la pauta de la sociedad del conocimiento, lo que se quiere es que España siga siendo la muestra singular de un exótico lugar que despierta sentimientos primitivos en mentes adormiladas por el conformismo de la modernez. Pues que siga la fiesta en este tablao bajo el sol, donde se estrellan ilusiones emprendedoras y se alargan las colas en las oficinas del INEM. ¡Que inventen ellos! Al menos nos quedará la fantasía de Woody Allen y otras que vendrán. Esta historia acaba peor que empezó.
¿Algún día pasará de moda Scarlett Johansson?
La ilusión que Hollywood se esfuerza en mantener, se compone principalmente por la creación de figuras icónicas, que deben ser siempre efigies canónicas de juventud y belleza ideal. Esta ilusión ha resultado siendo siempre el límite para muchas estrellas, que batallan por quedarse en el firmamento o ser simples destellos, ya que la edad es el factor determinante en la fábrica de sueños.
Scarlett Johansson, bella, estelar y sex symbol del momento, tiene 23 años pero ya es consciente de esa cruda realidad: en Hollywood el tiempo es enemigo, y de las mujeres más que de los hombres. En declaraciones al periódico inglés The Daily Telegraph, la actriz se suma a la larga lista de estrellas que opinan que la idustria del cine es mucho más dura para ellas.
Es como si las mujeres nos marchitáramos cuando cumplimos años, mientras que los hombres ganan con la edad, como el vino o lo que sea. Si tienes cierta edad y eres mujer es como ‘oh, ella ya es demasiado vieja para hacer de sex symbol’. Es una noción preconcebida de las mujeres en general y muy particularmente en esta industria, que es muy, pero muy vanidosa. [...] Los peluqueros y maquilladores se pasan horas y horas poniéndome cosas en la cara para que me vea más sexy. Creo que es raro que una mujer llegue a sentirse bella. Yo nunca me miro al espejo y digo ‘me veo realmente bella’, pero sí me miro y digo ’sí, estoy buena’.
La discriminación de Hollywood para con actrices maduras, y la aparente condecendencia para con sus pares varones ya ha sido denunciada anteriormente. Faye Dunaway, de 67 años, y por la cincuentona Sharon Stone, quien soltó una broma cruel y realista hace una década, en su aparición en la gala de los Óscar, que ya ha pasado a la historia:
Cuando llegué fue como: ‘Oh, hemos abierto una excavación arqueológica y mira lo que ha salido… una mujer de 40′
Ni que decir del caso de Kim Basinger, otrora sex symbol de 9 semanas y media, entre otras cintas, y que actualmente está haciendo cola para audicionar para hacer de la mamá o de la abuela de la historia. Existen también actrices como Julia Roberts, quien a sabiendas de esta siutuación, decide intentar reflejar el brillo del mainstream en el teatro, antes de opacarse lentamente. Veremos cómo le va. Otro es el caso de las que se refugian en la televisión, como es el caso de las “Desperate Housewives”, todas maduras y exitosas, o de Glenn Close también con regular éxito en su serie “Damages”.
¿Y qué será de la buena Scarlett de acá a 10 años? Mejor ni imaginárselo, disfrutémosla mientras brille por las escabrosas vanidades de la industria hollywoodense.
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